La Venezuela que te llevas

Fotos: Alejandro Solo. Atardecer perruno en playa Zaragoza, Margarita


Aquí el único plan era construir un país. No había plan B. Todo estaba servido para quienes crecíamos en Venezuela. 

Seamos francos, la teníamos fácil.  Si querías desarrollarte, crecer, hacer lo que te provocara con tu futuro, podías hacerlo. Tenías que organizarte, eso sí, prepararte y trabajar duro, pero de que encontrabas el espacio, lo encontrabas. Las oportunidades estaban por todas partes como las matas de mango.

Ahora, todos los días alguien decide que no aguanta más, que no hay futuro, y que lo de “tocar fondo” ya es un juego de carritos para los venezolanos. Ya sabemos que siempre se puede bajar, bajar y bajar sin pausa ni esperanzas, pero aún así, yo no soy de los que aseguran que Venezuela es irrecuperable. Yo creo que siempre hay manera de armar algo nuevo. Sé que llegará el momento.

Estoy segura de que hay mucha gente haciendo cosas buenas dentro y fuera de Venezuela, recomponiendo el gentilicio de distintas maneras. Creo en el venezolano solidario, en el venezolano que ayuda a otros, el educado, el que habla bien, el que sonríe siempre, el que quiere decirle “mi niña”, “mi negro” o “mi amor” a quien va a su lado en el autobús. Creo en ese venezolano que suma donde quiera que esté.

Sin importar la razón por la que uno se va, eso siempre se extraña, siempre anhela esa calidez. Y es que se extraña al país antes de dejarlo, sin saber ni siquiera una fecha. Lo empiezas a extrañar desde el momento en que decides irte y ese también es el momento en que te empieza a doler. 

Aún viendo como cambian los colores del Ávila durante el día, duele no haber comido más mamones y ajíes dulces; duele no haber recorrido los caminos de Piar, duele dejar para después el sueño de la casita en playa Zaragoza, y también duele tener que ponerle nombre al amarillo de los araguaneyes para describírselo a alguien que nunca ha visto uno.

Así que toca llevarse la patria a donde uno vaya. Y la verdad es que la patria no es esa palabra pastosa que han desgastado por estos años, la patria es el lugar donde puedes leerle a un muchachito un poema de Montejo o enamorarte con uno de Cadenas. Donde te llenas el pecho escuchando a Yordano; donde puedes contarle a alguien sobre el olor de la lluvia en el llano o sobre el azul único del agua, donde hay risas sonoras y abrazos apretados.

Venezuela, aquella sin el nombre rimbombante, es más que un momento inmensamente oscuro. Es el sabor del papelón, el dulzor del ron, el amargo del cacao. Es el cantar de las chicharras, el olor de las guayabas y el color de las guacamayas.

Venezuela es cada persona que canta el himno desafinado y es también el Alma Llanera. Es alegría y también nostalgia. Es tu corazón cuando hablas con tu gente. Es la que celebrarás a lo grande cuando esté libre nuevamente.

Esa es la Venezuela que te llevas.



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