La misteriosa y fascinante avenida New York de St. Cloud





En nuestros paseos ávidos de aire libre encontramos por casualidad el downtown de la ciudad de St.Cloud. Estoy segura de que sólo tuvimos suerte de encontrar las calles muy muy vacías y como la imaginación es lo único que me queda de niña chiquita, se alborotó con tanto detalle. 


El City Hall de St. Cloud luce muy moderno pero les juro que es lo único. Todo lo demás parece detenido en el tiempo. La estación de policía, las tiendas, los edificios. Muchos han sido remozados, pero conservan la esencia de su historia. Todo es fascinante y, por lo menos esa tarde, un poquito misterioso.

 

En una esquina de la avenida New York queda el pequeño abasto donde almorzamos. (¿Cómo se dirá abasto?) 10th Street Produce & Deli. Ofrecen frutas y vegetales orgánicos, salsitas locales y otros productos artesanales, sopas caseras y sándwiches. Allí vimos a los únicos turistas -además de nosotros- compartiendo refrescos y millones de palabras por minuto: un grupo de adolescentes hablando de cómics.



Luego, con el anochecer, nos lanzamos a la caminata. Tiendas cerradas -no abandonadas- pero con mercancía vintage, ropa, lencería, adornos country, una oficina de real estate, un estudio de tatoos, y lo único abierto: una sala de subastas llena de cachivaches increíbles. Dos o tres parejas de postores, un martillero que parecía no estar seguro por dónde empezar y nosotros aterrados al otro lado de la vitrina con los ojos pelaos ligando que no voltearan a vernos simultáneamente.



“Dos calles más y regresamos”. Sí, claro. En esa cuadra encontramos el cine que pasa pelis viejas, un bar sorprendentemente concurrido -donde tomé la foto sin notar que un señor nos miraba-, y de regreso, la joya de la corona. El Hunter Arms Hotel. 


Fue inaugurado en 1927, abría solo en invierno y ofrecía a sus visitantes hospedaje durante toda la estación y dos comidas diarias. Su más reciente restauración fue hecha en 2016, con la cual se preocuparon de conservar muchos detalles originales, desde algunas paredes de ladrillos hasta la chimenea de piedra con piel de oso incluida. 


Orondo exponente de lo que ellos llaman la atmósfera “Spaniflora” este lugar derrocha historias reales, de fantasmas, de vampiros, de lo que salga. El escenario está dispuesto para poner a rodar la fantasía a millón.

Un poco más allá, una mujer se cambiaba de ropa para entrar en un local (el tercero que vimos abierto). Estaba con una niñita y un muchacho con caras avergonzadas pero sonrientes ante la exhibición. Nuestra sorpresa fue mayor cuando descubrimos que el lugar al que entraron era una tienda de cómics iluminada y moderna y allí estaban los chamos del deli tirados en el piso soltando más palabras encaramadas unas sobre otras. No entramos, pero nos reímos un buen rato por el cierre surrealista que nos ofreció el paseo, con un espejo en el que nos miramos para comprobar que nos reflejábamos.


Este cuento es corto para lo que ameritó esa tarde de diciembre en St. Cloud. Yo me hice mi novela de terror con alianzas entre vampiros y humanos. No me decidía sobre el detalle de que aparecieran zombies o licántropos pero con total seguridad hay brujas y magos.



Seguro regresaremos pues la curiosidad por descubrir más de cuatro calles, y una mermelada de ají en el abasto gringo bastaron para conquistarnos. 

 


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