La voz de los estudiantes


A finales de enero, los trabajadores de medios impresos se organizaron para levantar la voz. La ineficiencia del gobierno en el manejo de las divisas tocó la industria que aún mantiene cierta objetividad en un país donde es escasa. La existencia de periódicos, revistas y demás productos editoriales en Venezuela está comprometida porque tanto el papel periódico como el glasé son importados.
Soy periodista de una revista encartada en El Nacional y he sido solo una de las muchas voces en las manifestaciones que se han ido sumando a las que hoy retumban en todo el país.

En una de las protestas organizadas por periodistas, sufrimos un ataque por parte de “colegas oficialistas”. Con el pretexto de cubrir la noticia, se burlaban de los estudiantes que nos acompañaban. Los provocaban preguntándoles por qué estaban en esa manifestación sin sentido y vacía. Los muchachos caían en la trampa animados por la esperanza de vencerlos en el intelecto, sin notar que ese punto no cuenta cuando el que ataca no aprecia el conocimiento.

Fue frustrante verlos molestar a los muchachos en su buena intención, pero sobre todo indignante ver de cerca que estos “periodistas” hacen su trabajo desde un enfoque que censura, rompe y se aleja de la esencia de nuestra carrera.

Días más tarde, en otra manifestación -el escenario común de los luminosos días de febrero- mientras contaba el episodio de arriba a mi amiga Daniela, un muchacho que apenas pasaba los 20 años se me acercó.

Juan es estudiante de Comunicación Social en la Universidad Santa María y al escucharme quiso decirnos que sentía pena de esos “periodistas” que trabajaban para los canales del estado y me mostró desde su celular un video donde una mujer provocaba a una manifestante preguntándole si estaba pidiendo papel para envolver los obsequios de San Valentín.

A los pocos minutos se sumó otro joven al grupo. Luis. Tenía la cara encendida por el sol, un morral sucio terciado y los ojos brillantes. Era estudiante de la Univesidad Metropolitana. Conocía a Juan porque los dos hacían vigilia en la Plaza Altamira y aseguraban que se quedarían allí hasta que “algo pasara”.

Llevaban tres días durmiendo a la intemperie y además de la misión autoimpuesta de defender el futuro de Venezuela, tenían en común la preocupación por perder el empleo de medio tiempo.

Era mi oportunidad de lograr un testimonio genuino, libre de grabadores que intimidaran o carnets que me identificaran con un medio ante el cual quisieran quedar bien.

-¿No sienten miedo?
Luis: -Parece mentira, pero yo me he sentido más seguro frente a la GN que saliendo a rumbear un viernes cualquiera por Caracas.
Juan: -Claro que a veces siento miedo. Yo trabajo y creo que ya me van a botar. Vivo solo aquí en Caracas así que necesito mi trabajo, pero en este momento ya no podemos echarnos para atrás.

-¿Han pensado en comunicarse con un líder político a ver si se logra algo más organizado o más grande?
Juan: -No, esto debe seguir siendo apolítico. Luchamos porque queremos que liberen a nuestros compañeros, porque queremos libertad. Eso no tiene que ver con política.

-¿Qué dicen sus familias?
Luis: -Están de viaje. No saben que llevo tres días durmiendo en la calle.
Juan: -Mi familia es de un pequeño pueblo en Mérida. Llamo a mi mamá todos los días, pero no puedo decirle que estoy en esto porque no quiero preocuparla.

-¿Qué creen que va a pasar? ¿Cuál será el desenlace?
Luis: -Lo que tiene que pasar es que se una más gente. Ayer éramos veinte, hoy somos 60. Mañana seremos muchos más.

-Pero y ¿después de que se unan más estudiantes, qué?
Juan:-Yo creo que el desenlance será doloroso, pero no importará porque habrá sido por la generación que viene detrás de mí. Por mis sobrinos, por los niños… Si no exigimos ahora ¿cómo será el futuro?


Ahora no lo sabemos, pero sí sabemos quiénes lo están construyendo. Gracias muchachos. 

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