Nuestro sueño de celtas

Acabo de terminar de leer El sueño del celta. Y aunque la maestría de Mario Vargas Llosa no es cosa nueva, no deja de asombrarme cómo nos sumerge en una historia que ofrece aprendizaje, emoción y un escozor ante la crueldad que no deja domir por unas 400 y pico de páginas que cuentan sobre un tipo del que los venezolanos, hasta ahora, no teníamos mucha idea: Roger Casement, quien quizás sin proponérselo podría ser considerado no sólo un héroe de los derechos humanos, sino también un ejemplo de la tolerancia que aún no tenemos.

Vargas Llosa en su libro relata las idas y venidas de este caballero desde Inglaterra al Congo y más tarde al Amazonas y cómo en ese tránsito encuentra una inquietud enorme hacia la libertad de su país natal, Irlanda. Uno sigue leyendo y va fascinándose con la capacidad de trabajo de este señor, que tras mostrar al mundo las barbaridades cometidas en aquellas remotas regiones con el progreso como excusa, es reconocido por el Imperio Británico casi como un héroe para luego renunciar a sus logros profesionales para defender la que descubrió como su gran causa. Es, sin duda, un personaje increíble y novelesco, que exploró lo más oscuro de la naturaleza humana buscando, incluso, dentro de sí mismo.

Sin embargo, lo que me sensibilizó profundamente, fue reconocer en las líneas del autor, la mística y la espirtualidad de quienes lucharon por su país al más alto precio y no me refiero al personaje principal, sino a aquellos jóvenes líderes de los grupos nacionalistas que planearon y llevaron a cabo un alzamiento contra Inglaterra en 1916. Un alzamiento cívico, pero también romántico, heroico e indetenible aunque destinado a fracasar. 

No puedo dejar de pensar, tres días después de haber terminado el libro, en la energía fulminante de uno de esos audaces rebeldes, Joseph Plunkett quien se encontró con Casement en Alemania para ultimar detalles sobre el traslado de armas de Alemania a Irlanda.

En el libro, cuando Roger trata de convencerlo de que el movimiento es un suicidio, Joseph le responde “Permítame hablarle con franqueza, sir Roger… Hay algo que usted no ha entendido, me parece. No se trata de ganar. Claro que vamos a perder esa batalla. Se trata de durar. De resistir. Días, semanas. Y de morir de tal manera, que nuestra muerte y nuestra sangre multipliquen el patriotismo de los irlandeses, hasta volverlo una fuerza irresistible”.

Fue inevitable que recordara a Lorent Saleh, desde su “trinchera” en la sede de la  OEA, con esa mirada entre inocente y bravía, admitiendo que sabían muy bien que era una tarea difícil la que les tocaba, por no decir imposible, y por eso se encomendaban a la decisión de Dios. Mientras decía esto, mostraba orgulloso a las cámaras de televisión los altares improvisados en las frías paredes del edificio en Las Mercedes. Lorent, en ese momento, era muchos de esos muchachos, ilusionado con el triunfo y motivado por la fuerza de sus creencias.

Joseph Plunkett. Imagen tomada de Gaelart.net
Es la misma mística y la misma esperanza. El mismo romanticismo que puede cambiar la historia para siempre. En aquella oportunidad, en aquel país que nada tiene que ver con nosotros, el sacrificio dio frutos muchos años después. Eran otros tiempos y otra situación. Hoy en día, ya sabemos la lección. No dejemos solos a los nuestros, porque sea cual sea el desenlace, ellos ya son nuestros héroes.

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