El día en que Lisbeth visitó a Edmundo



Los vellos de mis brazos se electrificaron y duraron así unos 27 segundos. Mucho tiempo. Sobre todo porque ya sabía cómo era el final. Pero es que la historia detallada que relata la periodista deja perplejo hasta al peor malpensado. Cuando lees la última página de Sangre en el diván, firmado por Ibéyise Pacheco, sientes una temperatura rara en el cuerpo que pasa del hervor al hielo en un instante y si eres mujer, por lo menos en mi caso, dan ganas de acompañar en su grito a la mamá de Roxana Vargas, dejándo las vísceras flotando en el aire.

No se habla aquí de un enriquecido uso del lenguaje para echar el cuento, eso no existe ni hace falta. Mucho menos se busca desmenuzar la calidad de la prosa. No necesita más de lo que hay: minuciosos detalles encarnizados que describen a un monstruo digno de cualquier noticia sueca. Y eso, por supuesto, me llevó a pensar en Lisbeth, en quien también pensó Ibéyise porque la menciona como preámbulo de esta desventura impresa.

Cómo no pensar. Cómo no imaginar qué sería de Edmundo si Lisbeth exisitiera. Por pura venganza femenina, desmesurada e incontrolable, hay que dejar volar la imaginación y suponer que Lisbeth Salander, como mínimo, le hackeó sus cuentas, le robó los reales que le quedaban y después de hacerle una visita que incluyó un intento de seducción del asqueroso vejestorio (correspondido con una pelota de goma en la boca y un tatoo hecho a punta de chuzo) le pagó a unos amigotes de Yare III para que le dieran lo suyo al prominente especialista.

Da vergüenza pensar en que a este tipo la sociedad venezolana lo consideró una eminencia. Cualquiera soltaría el cliché “por eso estamos como estamos”. Pues resulta que hace bastante tiempo que estamos bien perdidos, para haber ponderado a este ser como alguien respetable sin darnos cuenta de que en su genialidad se ocultaba la locura más oscura. Me gustaría saber por qué esto ocurre; qué es lo que nos falta para que siempre estemos escogiendo a las más lustrosas joyitas para endiosarlas.

No queda más que soltar unas últimas líneas nada elegantes y que quienes leyeron la trilogía de Stieg Larsson comprenderán en toda su extensión: Edmundo, espero que Lisbeth esté en cada minuto de lo que te queda de vida recordándote a la niña que murió para salvar a muchas otras y vengar a mil más.

Comentarios

  1. Evadí leer Sangre en el diván pero armé el rompecabezas oyendo a Ibeyise en la radio y siguiendo las noticias. Tienes razón. A un personaje así lo que le sale es una Lisbeth Salander.

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